Estimados amigos:
Nos hemos traslado a una nueva dirección. Nos puedes seguir visitando en:
Te esperamos en la nueva dirección
Estimados amigos:
Nos hemos traslado a una nueva dirección. Nos puedes seguir visitando en:
Te esperamos en la nueva dirección
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos
Mario Benedetti
Cuando me besas, nos visita esa luz preñada de
universo y respiramos el perfumen del cielo.
Lanzamos redes a los días
y sueños a los vientos.
Cuando me besas, la luna se asoma a su atalaya de
jaspe y canta músicas fugitivas.
Libres se rescatan nuestras soledades
porque no somos uno.
Mi amor, tú sabes que somos dos
cuando me alcanzas con tus manos de fuego.
Tu soledad se adentra en la mía
para desenredar la vida.
Y amarrando encuentros
cabalgamos en olas de mares infinitos.
Cuando me besas, anuncia la mañana su ocioso regreso
proclamando descuidos.
Impacientes se desanudan nuestras soledades
porque no somos uno.
Y cuando en los sueños te pierdo…
¿qué puedo hacer?
¿desplegarme por la Tierra y adentrarme en los mares
dejándome arrastrar hasta el firmamento?
¿escribir versos de amor olvidados?
¿caminar con ceniza y polvo en los zapatos?
0 ¿sorprender a Dios con mis preguntas?
In memoriam
A todos los hombres que se adelantaron a su tiempo.
Copernicano dios de las estrellas
deja que llore tu desgracia.
De rodillas, abjurando de la Tierra
el movimiento y su fatiga.
Cómo de tanta ceguera consolarte
cómo redimir tanta soberbia.
Déjame acompañarte en tu infortunio
toma mis ojos
y engrendra de nuevo la luz.
Copernicano dios de las estrellas
deja que llore tu desgracia.
De rodillas, abjurando del Universo
su inmensidad, del Sol su majestad.
Cómo acallar tanta ignorancia
cómo liberarte de las sombras.
Deja que me una a tu calvario
toma mi rebeldía y grita con tu voz oceánica:
¡y sin embargo, se mueve!
Somos:
monosílabos de arena descendiendo,
azules atrapando los verbos del recuerdo,
la vida acariciando el pasado con esmero.
Somos:
el horizonte silencioso que sucede
y nos despierta disparando besos,
a nuestros labios viejos.
PARÍS SE PREPARABA PARA LA CORONACIÓN DE MARÍA DE MÉDICIS, QUE TENDRÍA LUGAR EN LA BASÍLICA DE SAINT-DENIS el día 13 de mayo del año del Señor de 1610, durante la tregua de la guerra que se reanudaría en 1618 continuando hasta 1648, conocida como la de los Treinta Años. El día se despabiló con una luz lenta y asoleada, comprometiendo a la primavera parisina con un viento sedoso y, sin embargo, frío. Las fogatas a punto para arder durante la noche aún dejaban presentir entre sus brasas la ebria vigilia que la ciudad vivía allí junto a los mansos, los desventurados, los jugadores, los camorristas y los amigos de lo ajeno, que utilizando el encubrimiento que alberga la lobreguez se afanaban en sus menesteres poco declarables. Espontáneamente les sorprendió el crepúsculo matutino arrebujados entre jergones hediondos y, a cielo abierto, la canalla trataba de componérselas con el apaño de sus harapientos ropones que les procuraban el ocultamiento del saqueo.
Entre el hedor de los semejantes y el fluido de las deyecciones, los maleantes parecían aviarse con maestría, y, por intuición secular, todos los tarambanas rehusaban el agua y se apegaban al vino sin perder de vista el estilete o el puñal. La vida no tenía valor para la rufianería, ya que no se podía trapichear con ella. Los objetos y el peculio, por el contrario, eran muy valorados por la chusma, que sabía que tras adueñárselos les podían proporcionar un itinerario de sabrosos bocados que zamparían con glotonería desmedida.
Capítulo I completo: pincha aquí
…»en todos los círculos se hablaba de las infidelidades de Enrique de Navarra hacia la fe católica; de hecho, se afirmaba sin titubeos que ya lo había anunciado en Saint-Denis el 25 de julio de 1593, durante el acto de abjuración canónica de las herejías protestantes, que debió acometer, por segunda vez, para acceder al trono de Francia. La memoria social, ayudada por el gregarismo que procura la murmuración, descifraba el engaño en el instante en que el futuro rey manifestó públicamente: ¡»París bien vale una misa»!, era incuestionable, ante sus alegatos, que de este modo Enrique IV había anunciado en su declaración que los asuntos gubernativos relegarían al acervo religioso del reino.
En los últimos años los impuestos provocaron aceradas revueltas, el pueblo francés se negó a pagar lo que había dispuesto Sully, mano derecha del monarca. Para más ironía, aún a sabiendas de sus circunstancias, se afirmaba adrede y con intención maledicente que el Rey y la Reina gastaban grandes sumas en sus amantes y en el juego, y que las monedas de oro y plata, por su causa, se habían ausentado de Francia. El Rey ya había obtenido el acuerdo de anular su primer matrimonio, con Margarita de Valois, en el Tribunal de Roma, componiendo una circunstancial boda favorable con la católica banquera florentina María de Médicis, que se suponía fecunda. Lo era…»
Capítulo I completo: pincha aquí
Continuará…
Yo me celebro y yo me canto,
Walt Whitman
Pinta el loco colores de luna,
pinceladas de aire y trazos de niño.
Y me envuelve en su galaxia,
donde todo es infinito, serpenteante y mudo.
El loco, no atiende al espejismo de los ojos,
hace posible lo irreal.
Y me traslada con su mirada de azules y amarillos,
a otra nebulosa, a otra noche, a otra tierra.
El loco, cubre la piel, una y otra vez,
para que me roce las mejillas al mirarla.
Y de juguete parece el pueblo azul,
pintado bajo la noche rota y encrespada.
Llora el loco en las cárceles de la voluntad,
lágrimas aciagas. Impresiones talladas.
Y el lienzo se mezcla en desvarío
con la virtud del delirio
para crear los agujeros negros
de su Noche Estrellada.
Entre tanto, pinta el loco la verdad
distraída por el alma.
Si de esta pasión no aprendemos: merecemos la derrota.
La rendición será la enseña de los poemas no escritos,
a pesar de las fantasías y de las lluvias sobre el mar.
Con grilletes, atadas nuestras manos,
evitando las uniones.
Si este frenesí lo forjamos decoroso: merecemos la derrota.
Bogando al son de la convivencia de aquellos que son libres,
de sus falsedades seremos cautivos.
A pesar de la misericordia de los dioses,
se oxidarán las argollas que nos encadenan.
Si este amor lo urdimos virtuoso: merecemos la derrota.
Esclavos de otras conciencias, de otras vidas prisioneros;
a pesar de los empeños el vasallaje aconsejará al ánimo,
las cadenas se alzarán en estandarte,
y no forjaremos los espejismos de los besos.
Si de este fervor no tejemos plenilunios: merecemos la derrota.
No acertaremos a sentir el viento en el velamen,
rehenes de nuestras incertidumbres
extraviaremos el delirio irremediable.
Y jamás conoceremos el sabor de la victoria.
En tu ausencia
me baño en aguas de silencio
y en ese fervor suave
de la espera;
me sumerjo
en los coros de la pleamar
e invoco plegarias
por volverte a ver.
Estremecimientos errantes
conjuran delirios con lo crédulo,
arrecifes celestiales
enamoran el roce
de los besos que no fueron,
de los besos que no son,
y el viento solfea proclamas
por volverte a ver.
Me rodean tus huellas
arrancando recuerdos mudos;
dudo entre amarte
y esa inapelable voluntad por impedirlo;
se revisten las ausencias
de esperas infinitas
y de sosiegos tenues
por volverte a ver.
Son las esperas de la vida:
misteriosas,
como la adivinación,
gozadoras,
como los paisajes,
hirientes,
como el dolor vagabundo
de ese volverte a ver.
Un sabor a rocas nos envuelve
que sólo los instantes comprenden;
tatuajes clandestinos se desgarran
vehementes y ajenos,
tirita mi corazón
con el fervor suave de la espera,
y de ese abandono solícito
por volverte a ver.
Los adioses sin ciudad
son como las melancolías:
que aman lo que no poseen.
Una ciudad sin adioses
no tiene enamorados
ni tristezas, apenas tiene cielo.
Una ciudad sin cielo
no tiene luces
ni apagones, apenas tiene azules.
Una ciudad sin azules
no tiene corazón
ni historia, apenas es una ciudad.
Las ciudades sin adioses
no tienen despedidas
ni reencuentros, apenas tienen lluvia.
Una ciudad sin lluvia
no tiene arco iris
ni charcos, apenas tiene vida.
Una ciudad sin vida
es un muro de silencios
donde nadie se mira.